Carta al futuro (o registro histórico de primera mano)
- Él
- 30 ene 2023
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 10 may 2023

¨ahí donde está el peligro, está también la salvación¨-F. Holderlin
Docuficción
(Escribe y los tiempos se mezclan)
Después del des-amor, me convertí en un ermitaño, no salía del piso, y a veces ni de la habitación salvo para caminar al baño o a la cocina, arrastrando ojeras, arrastrando el alma a paso lento, costaba abrocharse las agujetas, costaba respirar pues a veces olvidaba que es una acción mecánica instintiva, la odisea de ir al mercado era, para decir lo más obvio, épica. Tan solo el idear una estrategia para salir requería de diálogos y debates internos profundos e incluso legítimamente filosóficos. Cuando había curro pues ni hablar, a ponerse la máscara y salir al mundo, qué se le va hacer.
Ahora estoy bien, respiro y aún encuentro encanto en caminatas largas, el café de la mañana, cotidianidades, en el gato quien se ha convertido en mi maestro zen, el perro que es como un niño y lo quiero como se le quiere a un niño, a veces con todo el corazón y otras veces porque ya es parte de uno, la misantropía que cargaba y que se elevó des-proporcionalmente a grados no antes registrados, objeto de estudio, desapareció.
De mujeres ¿por dónde empezar? a parte de que el interés abandonó mi cuerpo, el deseo ya no lo encontraba ni debajo de la falda de esas chicas que encontraba tan atractivas e interesantes, "no creo que pueda dar amor a nadie (en mis condiciones)" decía. Ese amor y esas ganas habían quedado extraviadas y mira que las busqué en viejos pantalones, en las bolsas de chamarras que aventé en el ropero, abajo de la cama, scrolleando y nada. Hoy medito, voy a terapia y nuevamente estoy equilibrándome, algo parecido a cuando pasó aquello, allá con tal.
De las fiestas y círculos huía porque no quería que nadie viera en mi cara la ausencia de felicidad e interés que arrastraba de un lado a otro, no tenía energía ni para ser amable, diplomático y mucho menos para ofrecer sonrisas meramente simbólicas cuando por descuido cruzara miradas con la alteridad. Tomé la decisión de llevar mi honestidad a lo terrible, a costa de todo, de recibir golpes en algún bar, oportunidades de trabajo que terminaban en momentos incómodos, perder “amistades” y de todo lo que conlleva la falta de maquillaje y la ausencia de esos filtros tan necesarios que requiere una masa donde el espíritu del tiempo se define por la hipersensibilidad digi-moral-virtual-monoteista poco educada aparte... (párrafo sobre servilleta ilegible).
Cabe mencionar, si hablamos de honestidad, que fracasé en ese intento, descubrí que había perdido más que las ganas y deseo, también una parte de mí que era capaz de portar esa espada, aunque más que perder ahora me entero que la había escondido, la había enterrado en el baldío del lenguaje. En su lugar monté un acto, un acto digno de los ojos ciegos del universo y la comunidad digital, a la que pensaba, no merecía y ni estaba interesada en ver una sola gota del yo real.
En ese juego me perdí y como el "blue bird" de Bukowski, a esa parte escondida de mí, la dejaba salir en las noches cuando no había nadie y también le hablaba con voz bajita y dulce para consolarla o manipularla para que permaneciera adentro. Hice un desastre y ahora lo estoy reparando. Por eso ahora, debes saber que no hay nada que valga la pena hacer o decir si no se hace o se dice con toda la convicción del universo, sinceridad bruta, convicción filosa que corta y deja heridas, heridas que crean destinos, destinos que funcionan como senderos bifurcados o rizomas que nos conducen a la bofetada, misma que te sitúa ante un problema sin solución, problema que te ofrece la oportunidad de trascender(te), perder/soltar. Dejar de pelear es un momento de iluminación que abre una ventana:
“salta por la ventana ¡valiente!”.
(párrafo sobre servilleta ilegible)
...viviré la insurrección que ha llegado, es momento de dejar a un lado las duchas de agua caliente y atravesar ventanas, sobre todo aquellas ventanas que conducen adentro, las que son más dolorosas e incómodas, pero también ahí dentro, entre el cochinero, entre el miedo, la culpa, las inseguridades y el mar de no saberes hay algo que es divino, como la lágrima que cuando corre por tu mejilla se convierte en caricia, así también el dolor te vuelve blandito y gentil. “Antes era como un tigre, ahora soy como un gato” te mando todo el amor que aún hay en mí y que te pertenece.
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